Tengo una gran reivindicación personal que hacerle al mundo,
quiero introducir un término nuevo, el de “líneas de vida”. Y no me refiero a
los anclajes que se utilizan para evitar las caídas, que nombre tan poético
para algo tan material, la verdad, acabo de descubrirlo. Me refiero a las
nuestras, las personales, las propias, las que se forjan con lo vivido.
Las líneas de vida se dibujan por nuestro cuerpo de mil
maneras posibles, algunas de fuera a dentro, otras desde el interior, otras,
las menos, las dibujan para nosotras, en ocasiones nos duermen y las diseñan
sin permiso, algunas vienen y van, otras se quedan para siempre, algunas nos
gusta enseñarlas, otras las ocultamos con vergüenza.
Las líneas de vida son parte de la impronta de nosotros
mismos, todos las tenemos, deberíamos buscarlas, recordarlas, reconocerlas,
conocernos.
Yo soy rica, tengo unas cuantas, con nombre propio,
tangibles, presentes, no las tengo en venta, no las cambio por nada, son MIAS.
Yo no tengo varices, no tengo cicatrices, yo tengo líneas de
vida, te las enseño? Y luego tú enséñame las tuyas…
Yo NO tengo varices, tengo sangre azul corriendo por mis
venas, soy una princesa, mi nombre lo dice. Soy la soberana de mi cuerpo y de
mi mente, mando sobre mi, mi sangre real se trasparenta para decirle al mundo
que soy la emperatriz de mi universo. Tengo líneas azules por todas partes, por
mis piernas, corriendo por mis muslos, ¿sin permiso?, yo se lo doy, libres, como
yo, visibles.
Yo NO tengo una cicatriz por mi cesárea, tengo un trazo mágico
que se abrió un 17 de enero, a las nueve de la mañana, para dejar salir a la
vida a mi primera hija. La mujer que abrió mi vientre, que hizo la línea, no me
miro a la cara, ya no estoy molesta por ello, ahora se el porque, no hacia
falta, la línea era mía, ella solo la trazaba.
Yo NO tengo dos episiotomías por mis partos, tengo dos líneas
suturadas por manos expertas y suavizadas por el tiempo. Una recta y otra
sinuosa, que en su momento sirvieron de baliza para que saliesen al mundo mis
dos hijos varones, la comadrona sólo les ayudó a salir, pero el corte para uno
y el desgarro para otro, les indicaron el camino, “por aquí pequeño, sal, mama
te espera”.
Soy afortunada, cada uno de mis hijos tiene su propia línea
marcada en el cuerpo de su madre.
Yo NO tengo arrugas en la comisura de mis labios, lo que
tengo es el resultado de 38 años de sonrisa burlona y cómplice, como de mueca, más
marcadas en un lado, porque soy asimétrica, imperfecta, nadie las tiene como
yo, nadie las tiene como tú, es genial, son personales, son bellas. Las cuido
cada noche, las alimento, les doy crema, pero no para borrarlas, sino para
perpetuarlas.
Yo NO tengo una cicatriz en la espalda donde estaba mi
epitelioma, tengo una línea de vida, de diseño personalizado. Fue creada para
mí, por mi propio cuerpo, que desarrolló un pequeño tumorcito, para que luego
un cirujano guapo y charlatán me lo quitase y me hiciese un zurcido, en contra
de las líneas de Langer de mi cuerpo, que le dio a mi espalda un toque
personal.
Yo NO tengo el alma lisa, estoy segura de que si pudiera
verlo, lo tendría lleno de líneas, rectas y curvas, finas y gruesas, profundas
y superficiales, grabadas a fuego o dibujadas suavemente con un pincel. Ellas son
el producto de cada uno de los acontecimientos vividos a lo largo de mi propio camino hacia la cima.
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